viernes, 20 de junio de 2008

Las razones de una caída inédita.

El derrumbe de la imagen positiva de Cristina Kirchner en apenas cinco meses es uno de los datos centrales de la crisis política que atraviesa la Argentina. Existen antecedentes comparables en los últimos 25 años, pero están vinculados con episodios severos como la hiperinflación, los saqueos y las corridas bancarias. Una caída de la imagen presidencial de esta magnitud en tiempos de relativa bonanza es un hecho inédito en la historia de la democracia recuperada en 1983. Tal vez por esa razón debe procederse con cuidado al momento de analizar las causas.
En primer lugar, hay que considerar que la caída de la imagen presidencial no constituye un dato aislado. Es el más pronunciado, pero no el único. En los tres meses del conflicto con el campo han descendido bruscamente la confianza en el Gobierno, las expectativas respecto del futuro del país, la predisposición al consumo y, en general, la imagen de todas las figuras vinculadas al Poder Ejecutivo, entre ellas la de Néstor Kirchner. Se trata de un síndrome, no de un único síntoma.
En segundo lugar, debe computarse que el retroceso de la imagen presidencial no se inició, sino que se agravó, con la crisis del campo. Cristina venía cayendo desde antes. Poliarquía registró un descenso significativo, de 8 puntos porcentuales, entre febrero y marzo, atribuible a la inflación. El aumento de precios se había convertido para entonces en uno de los problemas que más afectaban a la población.
En tercer lugar, factores heredados del gobierno de Néstor Kirchner también incidieron. Desde 2006 se verificó un creciente rechazo hacia el estilo beligerante y poco cuidadoso de las instituciones empleado por los Kirchner. Se incrementó, además, la percepción de poca transparencia y de desconfianza en los actos de gobierno. Esto provocó el lento drenaje del apoyo de las clases medias, ya insinuado por los resultados de las elecciones presidenciales del año pasado.
En cuarto lugar, hay que considerar que Cristina fue impuesta como candidata presidencial por una decisión sólo consensuada con su marido. La sombra de esta designación se refleja ahora dramáticamente: frente al conflicto con el campo, más gente cree que Néstor Kirchner influye decisivamente en el rumbo del Gobierno, opacando el relieve que le corresponde al rol presidencial. Este no es un dato menor a la hora de explicar lo que le ocurre a Cristina.
El examen de estas razones no es suficiente, sin embargo, para dar cuenta del colapso de la Presidenta. Hay que sumar el peso de los rasgos personales, gestuales y argumentativos que pone en juego a la hora de comunicarse con la sociedad. Un repaso del balance de virtudes y defectos que la opinión pública le asigna indica que la soberbia y la agresividad prevalecen sobre el coraje y la inteligencia. Estos defectos, atribuidos a la personalidad de la Presidenta, han desempeñado un papel relevante para explicar las reacciones adversas que cosechó en los últimos cien días.
Con este desgaste, Cristina debe enfrentar un fenómeno nuevo en su carrera y en la de su marido: un poder que los desafía y un descontento que los cerca. La lógica de los Kirchner ha sido imponer sus razones y, en última instancia, su poder. La irrupción de fuerzas de choque ante la impotencia por recuperar el terreno frente al campo es una respuesta condicionada que ha hecho mucho daño a la imagen de la Presidenta. Pero ahora las relaciones de fuerza han cambiado.
Si atendemos a la opinión pública, es tiempo de escuchar, no de atropellar. De convencer, no de vencer. De distender, no de enervar. Y de alcanzar el consenso, porque los sesgos ideológicos y las manipulaciones de la memoria sólo sirven a la división. ¿Puede recuperarse la imagen de Cristina Kirchner? Si se corrigen los defectos y se acrecientan las virtudes, estimo que sí. La mejora económica de estos años y una oposición aún no consolidada mantienen el crédito abierto todavía.
Eduardo Fidanza. Director de Poliarquía Consultores

Nadie hizo tanto por dividir el país.

La crisis argentina sólo retrocedió un paso para avanzar dos: Cristina Kirchner rompió relaciones de hecho ayer con la dirigencia agropecuaria, un día después de haber accedido al pedido rural para que el Congreso tratara las retenciones. El extenuante y destructivo conflicto, que lleva ya cerca de 100 días, se agravó seriamente tras esas palabras de furia presidencial en la Plaza de Mayo. Los “cuatro señores a los que nadie votó”, como llamó a los dirigentes de las entidades rurales, quedaron en la intimidad fulminados por la aflicción y el fastidio luego de escuchar a la Presidenta en su discurso más agresivo y rupturista desde que ocupa la Jefatura del Estado. Pocas horas después, esa cólera de los ruralistas tomaba cuerpo con una ampliación del paro vigente hasta ayer y con un llamado a un virtual estado de asamblea permanente de los campesinos. "Pedimos que nos respeten", le devolvieron a la primera mandataria. La crisis ha escalado, en definitiva, algunos peldaños más desde la áspera tarde de ayer.
Los gobiernos se dedican, por lo general, a resolver problemas y no a organizar actos. Sin embargo, el kirchnerismo gasta desde hace tres meses más tiempo en preparar movilizaciones de adeptos que en solucionar las conflictos. El acto de ayer se programó para confrontar con movilizaciones del campo programadas para el mismo día que luego se suspendieron. Terminó siendo, implícitamente, una respuesta a los masivos cacerolazos del lunes.
¿Qué problemas se resolvieron ayer luego de que se llenara la Plaza de Mayo con personas movilizadas por intendentes del conurbano y por los sindicatos? Hubo muchas personas y muchos colectivos para trasladarlas. Algunos asistentes mostraron de manera tan patética su falta de entusiasmo político que abandonaron la histórica plaza antes de que la Presidenta terminara su discurso. Los pocos y raleados aplausos que hubo para esa oración presidencial indicaron también que muchos no sabían por qué estaban ahí.
El problema más serio que está creando está conducción de la crisis es una seria fragmentación de la sociedad. Ningún gobierno desde la restauración democrática ha hecho tanto como el de los Kirchner para dividir a la sociedad entre sectores medios y pobres. No puede -ni debe- ocultarse la clara diferencia social que existe entre los que protagonizan las marchas de ruralistas, o los cacerolazos en las ciudades, y las multitudes de personas que moviliza el kirchnerismo desde las regiones más pobres.
La Argentina es un país que se construyó sobre las bases de la movilidad y la integración sociales. La división de la sociedad entre sectores de distinta extracción económica tiene un nefasto precedente en la Venezuela de Hugo Chávez. La Presidenta fracciona la sociedad hasta cuando hace su particular lectura de la historia. Creíamos, hasta ayer, que los actuales problemas argentinos se originaron hace 50 años. Cristina Kirchner lo corrigió en su discurso de la víspera: los conflictos del presente empezaron con el Centenario; es decir, hace casi 100 años, cuando, en verdad, se echaron los cimientos de la prosperidad argentina. Pero ¿qué tienen que ver los gobernantes de hace un siglo con la carencia de combustibles de hoy, con la inflación o con las retenciones de Martín Lousteau? Nada. Esa referencia sirvió sólo para perder el tiempo.
Esa versión parcial y descontextualizada de la historia la llevó también a vituperar sin sentido a la década del 90. El gobierno de esa década fue frívolo, insensible y con grandes dosis de corrupción pública, pero las retenciones se eliminaron por otros motivos. Simplemente, los precios de las materias primas estaban entonces al nivel del zócalo y las retenciones no tenían razón de ser.
La única alusión al diálogo con los ruralistas que hizo Cristina Kirchner fue para patearlo hasta el Bicentenario; faltan todavía dos años para ese aniversario y las góndolas están vacías aquí y ahora. Hizo una sola alusión a la clase media, para pedirle implícitamente que no lea los diarios ni vea la televisión, pero es evidente que los valores de esa plaza no son los valores clásicos de los sectores medios. El Gobierno se aísla cada vez más en el reducido aparato del peronismo, en lo que Néstor Kirchner llamaba despectivamente "el pejotismo".
Definitivamente, el matrimonio presidencial está convencido de que lo quieren echar del poder. La denuncia de golpismo sobrevoló ayer casi todas las palabras de la Presidenta, como lo había hecho el día antes en la particular conferencia de prensa de su marido. Pero la pareja gobernante está segura, al mismo tiempo, de que la victoria da derechos. De un lado está "el gobierno que ganó" y del otro "las corporaciones". Es el poder lo que se juega, y en ese juego no existe, para ellos, la política. La democracia como un sistema de vida (del que forman parte el diálogo, la negociación y el consenso con partidos opositores y con sectores disconformes) es un concepto abstracto e inasible para los Kirchner.
La Presidenta llegó a vincular la protesta rural y los cacerolazos con los golpes de Estado y con la cultura que creó la pasada dictadura, dijo. Esos movimientos sociales contestatarios de ahora están poblados de jóvenes que nunca vivieron en dictadura. Cualquier cultura se agota con el paso del tiempo y la Argentina vive en democracia desde hace 25 años. Sólo la obsesiva mirada en el pasado puede provocar tanta desorientación sobre las conflictivas cosas del presente.
Podrá decirse que todos los políticos se van de boca en una tribuna y que eso les pasó también a los dirigentes rurales en el acto de Rosario el 25 de Mayo, manifestación cuya magnitud el Gobierno no ha podido digerir aún. Pero la palabra de la Presidenta no puede compararse con los resbalones verbales de Alfredo De Angeli.
Si, en todo caso, se trataba de un discurso que se calentaría con el fuego de la multitud, ¿para qué ordenó entonces que la cadena nacional de radio y televisión transmitiera en directo su arenga de rupturas y demonizaciones? La cadena nacional se ocupó en dos días seguidos de Cristina Kirchner. Bill Clinton suele decir que los políticos hablan con la poesía y gobiernan con la prosa. Un problema insoluble y peligroso aparece cuando hablan y gobiernan sólo con la poesía de los héroes.
Joaquín Morales Solá

Un retroceso vestido del ritual de la victoria.

Los masivos cacerolazos de anteanoche fueron una construcción mediática. La Sociedad Rural movilizó caceroleros en Flores, Lugano, La Matanza y Quilmes. Las retenciones a la soja son una medida ideal, y la única, para frenar la inflación del costo de los alimentos. Brasil, Chile y Uruguay se parecen al infierno comparados con el paraíso kirchnerista de la Argentina. Las sangrientas luchas del trágico pasado argentino constituyen la única explicación a los problemas del presente... El matrimonio presidencial redujo ayer a esos conceptos, notables por su grado de aislamiento, la profunda crisis política, social y económica por la que atraviesa la Argentina. Cristina Kirchner salvó las cosas del ridículo, entre tanto desvarío mutuo con su esposo, cuando anunció el envío al Congreso de la decisión sobre las retenciones. Retrocedían envueltos en las banderas de una revolución que nunca hicieron y con la impronta de un ejército vencedor que, en rigor, se estaba replegando. El tratamiento legislativo de las retenciones es un viejo reclamo de las entidades agropecuarias. Adiós, entonces, al aumento de las retenciones tal como se lo conoció el 11 de marzo último. El PJ está en estado de deliberación interna, a pesar del paisaje de tranquilidad partidaria que pintó ayer Néstor Kirchner, como para que el oficialismo pueda contar sin esfuerzo con los votos que necesitará la ratificación a libro cerrado de aquel aumento de las retenciones. La decisión tiene el claro objetivo de conservar dentro del redil de la disciplina oficial al vicepresidente, Julio Cobos, que amenazaba con hacer su propio camino, y a muchos gobernadores y legisladores peronistas que protestaban ya en voz alta por la conducción cerrada, inconsulta e inapelable de la crisis por parte de los Kirchner. Esa medida casi desesperada para fugarse del laberinto tendrá un efecto económico claro: probablemente, la mayoría de los cereales seguirán, más allá de la decisión de las entidades rurales, sin comercializarse. Muchos productores no entregarán ahora sus cosechas porque sencillamente saben cada vez menos cuánto terminarán pagando en concepto de retenciones. La convulsión social desatada tras el conflicto con el campo los lleva a creer, además, que las retenciones tienen más posibilidades de bajar que de conservar el aumento dispuesto en su momento por el entonces ministro Martín Lousteau. El conflicto, en su médula más dura, no ha concluido. Ni Néstor ni Cristina Kirchner hicieron alusiones directas al fenómeno de los cacerolazos del lunes. Ignorar una manifestación social de esa magnitud es una pésima receta política. Las referencias indirectas que hicieron se limitaron a culpar de la sublevación social a Cecilia Pando, a la Sociedad Rural y a los medios. Dejemos a la señora Pando a un lado, porque deberíamos analizarla de otro modo si por sí sola fuera capaz de promover semejante levantamiento de la sociedad. Sólo la paranoia política fue capaz de agrandar de esa manera a un adversario ciertamente menor. Pero ¿no era Luciano Miguens, presidente de la Sociedad Rural, el "dirigente más racional", según lo dijo muchas veces el propio jefe de Gabinete, Alberto Fernández? Entramos en el terreno de la ideología. Es más fácil hablarles a las módicas bases sedientas de venganza de la Sociedad Rural que de la Federación Agraria cuando se trata de individualizar a un enemigo. Los dos Kirchner han recurrido ayer a un discurso divisionista e ideologizado de la sociedad, separando a "oligarcas y populares" o a "estancieros y pobres". Ellos también (o él más ella) habían promovido en los últimos días momentos de extrema tensión entre sectores sociales. En la misma noche del lunes, sólo cinco o seis cuadras separaron a los caceroleros espontáneos de las organizaciones kirchneristas apostadas en la Plaza de Mayo. Néstor Kirchner cree que esos caceroleros son facciones políticas movilizadas a propósito para desestabilizar a su esposa. "El caceroleo no fue espontáneo", se ufanó ayer. Es perceptible una sociedad crispada y dividida. Ayer, en un bar céntrico, casi lincharon a un parroquiano que intentó un tímido aplauso al discurso de la Presidenta. Sólo la inmediata reacción pacificadora de los mozos evitó que los hechos terminaran en sangre. Sabemos que la Argentina tiene un pasado amargo, en el que no faltaron las muertes injustas, el autoritarismo de gobiernos elegidos, el militarismo, la acción violenta y sanguinaria de grupos insurgentes y una represión ciega e ilegal. Todo eso es cierto. Pero los problemas urgentes de la Argentina están en su presente y no en su pasado. Los Kirchner no pueden, definitivamente, abandonar el liderazgo épico, ni la emergencia, ni la recurrencia a una visión sesgada de la historia. La normalidad no les sienta bien ni les resulta cómoda. El propio Néstor Kirchner confundió a vastos sectores sociales con un grupo reducido de enemigos, que, por lo tanto, merecen ser batidos en un campo de batalla. En eso se pareció demasiado al discurso del día anterior de su "amigo" (la calificación pertenece al ex presidente) Luis D Elía, con quien aceptó sólo el disenso por el trato a Irán. Reconoció, al mismo tiempo, que tienen visiones parecidas para salir en "defensa de la democracia". El discurso de Kirchner fue, en última instancia, una versión más prolija de la conferencia de prensa de D Elía el día anterior. D Elía espanta al peronismo. Gobernadores tan cercanos al kirchnerismo como el sanjuanino José Luis Gioja habían adelantado que nunca irían detrás del piquetero y jefe de las fuerzas de choque del kirchnerismo. Kirchner debió ayer correrlo del medio a D Elía para poder seguir con el acto de hoy. Cada acto del kirchnerismo se ha convertido en un retroceso vestido del ritual de la victoria. Primero echaron mano a las modificaciones del decreto de las retenciones; luego sucedió el anunció público de Cristina Kirchner sobre el destino que le darían a la diferencia de recursos entre las retenciones que había y las que hay, y ayer debieron recurrir al Congreso, cuando se sabía que ése era un ámbito al que no querían ir. De igual modo, el ex presidente debió tomar distancia de las llamadas organizaciones sociales (que no son, en algunos casos, más que ex piqueteros dispuestos a recurrir a la fuerza) para conservar la adhesión, aunque fuera simbólica, de los principales dirigentes del peronismo. Esposa y marido dedicaron la mitad de sus discursos de ayer a vapulear a la prensa como el instrumento maléfico de sus desgracias políticas. Cristina fue más prolija que Néstor, como Néstor fue más prolijo que D Elía. Las ideas que subyacen son las mismas. El ex presidente dio la primera conferencia de prensa formal de su vida, pero permitió pocas preguntas, maltrató a los periodistas y en algunos casos los ninguneó. "Sé para qué lo mandan a preguntar eso", le respondió a un periodista; no entiende el periodismo sino como un colectivo de ganapanes al servicio de unos pocos dueños de medios. Por su lado, la Presidenta se quejó porque el periodismo no elogia su decisión de no firmar, hasta ahora, ningún decreto de necesidad y urgencia. Vale una aclaración entre tanta confusión: el periodismo pierde su razón de existir cuando deja de ser crítico.
Joaquín Morales Solá