El derrumbe de la imagen positiva de Cristina Kirchner en apenas cinco meses es uno de los datos centrales de la crisis política que atraviesa la Argentina. Existen antecedentes comparables en los últimos 25 años, pero están vinculados con episodios severos como la hiperinflación, los saqueos y las corridas bancarias. Una caída de la imagen presidencial de esta magnitud en tiempos de relativa bonanza es un hecho inédito en la historia de la democracia recuperada en 1983. Tal vez por esa razón debe procederse con cuidado al momento de analizar las causas.
En primer lugar, hay que considerar que la caída de la imagen presidencial no constituye un dato aislado. Es el más pronunciado, pero no el único. En los tres meses del conflicto con el campo han descendido bruscamente la confianza en el Gobierno, las expectativas respecto del futuro del país, la predisposición al consumo y, en general, la imagen de todas las figuras vinculadas al Poder Ejecutivo, entre ellas la de Néstor Kirchner. Se trata de un síndrome, no de un único síntoma.
En segundo lugar, debe computarse que el retroceso de la imagen presidencial no se inició, sino que se agravó, con la crisis del campo. Cristina venía cayendo desde antes. Poliarquía registró un descenso significativo, de 8 puntos porcentuales, entre febrero y marzo, atribuible a la inflación. El aumento de precios se había convertido para entonces en uno de los problemas que más afectaban a la población.
En tercer lugar, factores heredados del gobierno de Néstor Kirchner también incidieron. Desde 2006 se verificó un creciente rechazo hacia el estilo beligerante y poco cuidadoso de las instituciones empleado por los Kirchner. Se incrementó, además, la percepción de poca transparencia y de desconfianza en los actos de gobierno. Esto provocó el lento drenaje del apoyo de las clases medias, ya insinuado por los resultados de las elecciones presidenciales del año pasado.
En tercer lugar, factores heredados del gobierno de Néstor Kirchner también incidieron. Desde 2006 se verificó un creciente rechazo hacia el estilo beligerante y poco cuidadoso de las instituciones empleado por los Kirchner. Se incrementó, además, la percepción de poca transparencia y de desconfianza en los actos de gobierno. Esto provocó el lento drenaje del apoyo de las clases medias, ya insinuado por los resultados de las elecciones presidenciales del año pasado.
En cuarto lugar, hay que considerar que Cristina fue impuesta como candidata presidencial por una decisión sólo consensuada con su marido. La sombra de esta designación se refleja ahora dramáticamente: frente al conflicto con el campo, más gente cree que Néstor Kirchner influye decisivamente en el rumbo del Gobierno, opacando el relieve que le corresponde al rol presidencial. Este no es un dato menor a la hora de explicar lo que le ocurre a Cristina.
El examen de estas razones no es suficiente, sin embargo, para dar cuenta del colapso de la Presidenta. Hay que sumar el peso de los rasgos personales, gestuales y argumentativos que pone en juego a la hora de comunicarse con la sociedad. Un repaso del balance de virtudes y defectos que la opinión pública le asigna indica que la soberbia y la agresividad prevalecen sobre el coraje y la inteligencia. Estos defectos, atribuidos a la personalidad de la Presidenta, han desempeñado un papel relevante para explicar las reacciones adversas que cosechó en los últimos cien días.
Con este desgaste, Cristina debe enfrentar un fenómeno nuevo en su carrera y en la de su marido: un poder que los desafía y un descontento que los cerca. La lógica de los Kirchner ha sido imponer sus razones y, en última instancia, su poder. La irrupción de fuerzas de choque ante la impotencia por recuperar el terreno frente al campo es una respuesta condicionada que ha hecho mucho daño a la imagen de la Presidenta. Pero ahora las relaciones de fuerza han cambiado.
Con este desgaste, Cristina debe enfrentar un fenómeno nuevo en su carrera y en la de su marido: un poder que los desafía y un descontento que los cerca. La lógica de los Kirchner ha sido imponer sus razones y, en última instancia, su poder. La irrupción de fuerzas de choque ante la impotencia por recuperar el terreno frente al campo es una respuesta condicionada que ha hecho mucho daño a la imagen de la Presidenta. Pero ahora las relaciones de fuerza han cambiado.
Si atendemos a la opinión pública, es tiempo de escuchar, no de atropellar. De convencer, no de vencer. De distender, no de enervar. Y de alcanzar el consenso, porque los sesgos ideológicos y las manipulaciones de la memoria sólo sirven a la división. ¿Puede recuperarse la imagen de Cristina Kirchner? Si se corrigen los defectos y se acrecientan las virtudes, estimo que sí. La mejora económica de estos años y una oposición aún no consolidada mantienen el crédito abierto todavía.
Eduardo Fidanza. Director de Poliarquía Consultores