miércoles, 28 de abril de 2010

¿Cuánto tiene esto de "progresista"?

En tiempo de la última campaña electoral uruguaya era evidente el favor que conquistaba entre los argentinos el ahora presidente uruguayo José Mujica. Curiosamente el aplauso venía tanto de quienes, provisoriamente, llamamos "de izquierda", como de los clasificados como "derecha". Por cierto que ello no era sólo producto de su innegable simpatía, sino mucho de sus ideas. Entre otras cosas, hablaba inteligentemente de inversión, reivindicaba la eficiencia y la ganancia, las mostraba como generadoras de empleo, prestigiaba la educación y el desarrollo científico y tecnológico. Conclusión: si se hace todo eso mejor, la sociedad estará también mucho mejor. ¿Toda la sociedad?, ¿Estamos seguros?
Algunas de esas buenas ideas fueron parte del armamento con que el neoliberalismo conmovió en décadas recientes los bastiones del ya endeble "progresismo" latinoamericano. Pero para buena parte de este último, cosas como la preocupación por la eficiencia eran sólo arbitrios del imperialismo para edificar sobre el cadáver de los pobres, y fueron banderas regaladas por impopulares. El enemigo nunca tiene razón, y sus enemigos son mis amigos; la lógica de los amigos que entre algunos de nosotros tiene el régimen reaccionario de Irán, porque confronta con los Estados Unidos. Pero lo embarazoso es que en América Latina esas ideas ¡fueron legitimadas por gobiernos populares exitosos, con amplia simpatía de pueblo, como el de Lula, Bachelet y Tabaré Vasquez !
Para peor, ninguno de esos gobiernos -y mucho menos otros, como el argentino actual, que apenas realizaron el simulacro del progresismo- desarrolló políticas que también revirtieran significativamente la sostenida tendencia a la desigualdad, a pesar de haber logrado achicar notablemente la pobreza con el crecimiento. Es que lograr eso plantea complejos desafíos adicionales. Ejemplo: la educación es reconocida como igualadora de oportunidades -idea que tiene los riesgos de las verdades parciales-, sin caer en la cuenta de que la educación sólo iguala a los ya igualados en determinadas condiciones básicas de vida, a lo que se agrega la falsa suposición de que todos la reciben de parecida calidad, y no con las diferencias profundas que existen en Argentina.
Otro ejemplo: el empleo de calidad se plantea como emergente natural de la inversión productiva. Pero a la verdad de esto se acopla que el sistema productivo requiere mucho menos trabajo de poca calificación que antes, y la amenaza de desempleo es permanente para muchos. A la par, crece el trabajo precario, en algunos casos para bajar costos y mantener ganancias que se achican, en otros por delito que se aprovecha de los trabajadores sin alternativa. ¿Cómo se hace cuando fracasan los inspectores del trabajo? En una política de justicia distributiva habrá que tomar varias decisiones, pero a lo mejor una de ellas es postergar alguna aspiración de los trabajadores en blanco para ayudar a la incorporación de los que están en negro. Escucho: "¡Ni se le ocurra, es solución neoliberal tabú, y además tengo elecciones cada dos años!".
Pensemos en los sistemas de protección social. ¿Había notado usted que cuando alguien abusa de un derecho social legítimo, hay siempre otro al que se le posterga su acceso al mismo? Contrariamente, ¿qué tal si universalizamos un ingreso básico, como construcción de ciudadanía, y lo independizamos de la condición laboral? Y además garantizamos a todos bienes públicos como el agua o el transporte de buena calidad, postergando otros más suntuarios que benefician a grupos más pudientes. Escucho: "¡Oiga, la picazón revolucionaria pasó hace tiempo!, bajemos a la realidad de la competencia globalizada, donde los negocios más jugosos son los consumos sofisticados de los sectores medios y altos". Tiene razón. Es indispensable que acordemos sin preconceptos una pauta productiva hacia el futuro, pero concédame que tan explícito y simultáneo debe ser el acuerdo sobre la pauta distributiva (de la que se escucha sólo el título), o sea, cómo se distribuirán los beneficios de la mayor productividad de la economía.
Ello excede el acuerdo tradicional entre capital y trabajo, aunque lo incluye. El mercado lo resuelve, pero excluyendo a muchos y cebando a otros. Sólo las políticas públicas pueden corregirlo. Esta sería la etapa futura a cumplir por los que se piensan progresistas en América Latina y en Argentina, alejados de la estéril ofuscación populista y del tramposo realismo de la derecha. 
Aldo Neri. Ex Ministro de Salud y ex Diputado Nacional.