En los 60 y 70 la juventud aparecía en la agenda pública por su rebeldía y/o por su fervor revolucionario.
En la agenda actual, básicamente por el fenómeno de la delincuencia
. Aquella era una juventud nacida bajo el ala protectora del Estado de
Bienestar, con necesidades materiales básicas cubiertas y con
perspectivas laborales promisorias: un título universitario era garantía
de un buen trabajo y los que no lo poseían podían al menos confiar en
acceder a un trabajo estable. Desde allí era posible sostener proyectos
vitales como independizarse de sus progenitores. Pero aun cuando el
presente y el futuro le sonreía, aspiraba a transformar radicalmente la
sociedad aun a costa de perder la vida. Luchaba también para alcanzar
reivindicaciones como una mayor libertad sexual.
La juventud actual es hija del neoliberalismo
donde el futuro es incierto y por lo tanto le resulta difícil sostener
proyectos de largo plazo; está afectada por altas tasas de desempleo y
precarización: el desempleo juvenil duplica en América latina y en Europa a la tasa general y en España y Grecia alcanza al 50%
; también en América latina la OIT nos dice que 60% de los jóvenes
terminan en trabajos informales y 20 millones ni estudian ni trabajan
(800.000 en nuestro país). El título universitario no es ya más un
propulsor al éxito sino un paracaídas que amortigua el choque contra el
mercado de trabajo. Finalmente, vive bombardeada por invitaciones a consumir y señalada con el dedo por el incremento de la delincuencia.
Los
jóvenes de aquellos tiempos idos eran por lo tanto un actor colectivo
con un proyecto para la sociedad y para ellos mismos. Los actuales no tienen ni lo uno ni lo otro
. Por otro lado, los dirigentes sociales y políticos de la sociedad
actual parecen no entender suficientemente bien la gravedad de la
situación juvenil y prefieren mirar al costado o engañarse con pensamientos del tipo “esto se arregla con mayor crecimiento económico” o “se resuelve con mejores policías”.
Aquí
yacen a mi juicio las causas principales que explican por qué la
problemática juvenil no está en la agenda más allá de su relación con el
mundo del delito. Y en consecuencia, la inexistencia de una política
hacia la juventud con la envergadura necesaria para dar respuesta a este
serio problema de la sociedad actual. Miles de millones de pesos son
gastados en el sistema previsional para los mayores, el sistema
educativo para los niños o en el salud para los más pobres, pero sigue ausente una política de relevancia para este sector especialmente castigado de la población.
En
nuestro país, sectores juveniles alentados por el calor oficial (otra
diferencia con la generación anterior) han comenzado nuevamente a
abrazar la política luego del letargo de los ‘90, algo que debe ser
bienvenido. Pero se trata de una politización que no alcanza a expresar
ideas del tipo de sociedad que quiere alcanzarse ni cómo responder a los
nuevos desafíos que tiene el mundo juvenil.
Participar en política se reduce básicamente a lograr posiciones de poder
. En definitiva, no hay indicios de que quieran para sus hijos una
sociedad diferente de esta desigual y excluyente que mi generación forjó
para ellos.
¿Volverán a ser actores con un proyecto nuevo de
sociedad? ¿O seguirán condenados a ingresar en la agenda pública sólo
como delincuentes?
Aldo Isuani. Sociólogo.