miércoles, 26 de octubre de 2011

¿Sistema de partido predominante?

El mapa de poder que se abre con los resultados electorales del 23 de octubre no está disociado de la crisis de 2001. El orden político que nació en 1983, caracterizado como un “bipartidismo imperfecto”, con identidades políticas estables, con un sistema de partidos más o menos estructurado, ha sido reconfigurado por una realidad política muy volátil y vertiginosa.
El colapso institucional de 2001 puso fin a la “democracia de partidos” en la Argentina, dando origen a la disgregación del sistema partidario y a su reemplazo por un sistema de coaliciones “atrapa todo”, frágil e inestable.
No hay partidos, hay fragmentos de partidos.
La crisis de 2001 se devoró al FREPASO, hizo entrar en diáspora al radicalismo; y el peronismo, un poco más entero -aunque disperso- recuperó el poder, primero, con Eduardo Duhalde y, más tarde, con Néstor Kirchner.
La actividad política se ha personalizado como nunca en la figura del Ejecutivo y se ha concentrado en el ámbito estatal.
En la era kirchnerista, que ahora se extiende a doce años (el período más largo de una fuerza política en el ejercicio legítimo del poder), se ha edificado una especie de “yo” gubernamental (expresión de Bertrand de Jouvenel), con una vida real que no se distingue del cuerpo del Estado.
Más allá del rol histórico del Estado argentino en la vida pública, nuestra hipótesis es que en el período kirchnerista se ha acentuado el papel del Estado como “actor político” , en vinculación estrecha y ambigua con el movimiento peronista. El Estado es el centro de decisión política por excelencia. El decisionismo democrático, en cuanto práctica de gobierno, es una combinación del gobierno de los hombres, del gobierno atenuado del Estado de derecho y de la ausencia de poder de contralor.
Cristina Kirchner se ha convertido en la líder de un movimiento fragmentado, cargado de contradicciones y de perfiles políticos diferentes, de derecha a izquierda, que recibió el apoyo del 54% del electorado. Su incuestionable legitimidad proviene de las urnas, como ha quedado demostrado en estas elecciones. Desde la cumbre del Estado, lidera el sector más “radicalizado” del peronismo, que forma parte de un movimiento político complejo y heterogéneo, poseedor de una gran cultura de poder.
El sistema político se ha transformado, y desconocemos los contornos de su reconfiguración.
Si pensamos con una vieja categoría de la democracia de partidos, diríamos que estamos delante de un partido predominante, que profundizará la concentración y verticalidad del poder, con el control absoluto del Congreso . El riesgo institucional es la conformación de un sistema mayoritario, poco respetuoso de las minorías, en el cual la fuerza del número se combine con las medidas de emergencia. La democracia no flota en el aire y la regla de la mayoría se debe enmarcar en el Estado de derecho, con su sistema de contrapesos y controles. Sin el respeto a las minorías no hay democracia.
En el nuevo escenario político, sólo parece quedar en pie el proyecto de un sector del peronismo que maneja las riendas del Estado y ha logrado construir un sólido grupo de poder político, económico y cultural . Con habilidad, ha cimentado simbólicamente ese poder con las nuevas tecnologías de la comunicación, la televisión digital, el fútbol para todos, junto a nuevas y diferentes señales audiovisuales.
No se trata de un simple asunto tecnológico, sino de una propuesta de comunicación de masas que extiende el espacio público , pero de una manera sesgada desde un punto de vista político-ideológico , que responde a un proyecto que ambiciona ser culturalmente hegemónico. Parece ser el triunfo, en definitiva, de la tradición nacional y popular (alimentada también por elementos de izquierda) frente a otra, minoritaria, de corte socialdemócrata. Son dos matrices políticas muy diferentes, que muy esquemáticamente se pueden referenciar en las nociones de “pueblo” y “ciudadanía”.
Las oposiciones pasan hoy por su peor momento. No pudieron echar raíces en la sociedad a partir del conflicto del gobierno con el agro ni sacar provecho del triunfo electoral de 2009, ni del déficit del oficialismo.
Su debilidad y fragmentación afectan a la vida pública, le restan dinamismo y vitalidad a la democracia . La primera de sus tareas es extraer las enseñanzas de esta contundente, y preanunciada, derrota.
La excelente performance electoral del Frente Amplio Progresista, liderado por Hermes Binner, no resuelve un ramillete de interrogantes y desafíos para una coalición electoral que debe aún demostrar su capacidad de institucionalización de fuerzas políticas disímiles como estructura nacional. Le cabe a este Frente, junto a otros aliados, la responsabilidad de cumplir con su encargo electoral: controlar al gobierno y presentar opciones coyunturales y estratégicas en la búsqueda del buen gobierno.

Hugo Quiroga. Politólogo.