jueves, 1 de diciembre de 2011

Los mitos de Kirchner y Alfonsín.

La enumeración de los mitos de la historia argentina, aún antes de haber definido con cierta precisión el objeto nombrado, surge casi como un acto reflejo: están los mitos contrapuestos, en los que la simpatía por uno existe en la medida de la negación de su contrario, como unitarios/federales o Sarmiento/los caudillos; por otra parte, podría hablarse de un mito positivo, el de la saga de los inmigrantes llegados al país que, con austeridad y trabajo, contribuyeron a levantar una nación que se situó "entre las más prometedoras" del orbe. Después, hay otros mitos estrictamente personales, como los de Carlos Gardel, Juan Domingo Perón y Evita. También hay mitos vivientes que es innecesario citar.
Se sabe que los mitos se construyen para permanecer a lo largo del tiempo, que crean su propia necesidad social, que son tranquilizadores o revulsivos, aunque no tengan por finalidad reflejar la rigurosa verdad de los acontecimientos. A esto último procura acercarse la historia misma, con otros instrumentos: la investigación, el uso atinado de documentos y testimonios, la búsqueda de la objetividad, por más que le siga costando responder a la pregunta central: ¿los hechos son los hechos o la interpretación de los hechos?
Si buscamos la definición tradicional de mito, nos encontraremos con "narraciones maravillosas", pobladas de personajes "divinos o heroicos" que poseen capacidades fundacionales. La remisión a la antigüedad grecolatina es inmediata. El concepto tiene vinculación metafórica con la idea de "grandes relatos", muy utilizada para hablar del final de éstos a partir de la segunda mitad del siglo XX, por ejemplo, por Jean-François Lyotard, al referirse a la crisis de la ortodoxia marxista. Pero la acepción de mito que no puede desecharse aquí es la de "persona o cosa" a la que se atribuyen "cualidades o excelencias" que en general no tienen, o no en la cantidad atribuida. Roland Barthes, en las Mythologies strip-tease y el arte vocal burgués. (1957), un libro de breves ensayos y notas que ejerció mucha influencia en su momento, afirma que "el mito es un lenguaje" y que es usado por la ideología "pequeñoburguesa" para convertir en "natural" lo que es meramente cultural. Para ello somete a análisis desde el rostro de la Garbo y el cerebro de Einstein hasta el
Jamás una sociedad deja de elaborar sus mitos: los necesita para confirmarse. En ese sentido, estamos asistiendo a la construcción de dos mitos personales, para el caso de las dos figuras políticas más destacadas de la Argentina desde 1983, en que se implantó la democracia: Raúl Alfonsín y Néstor Kirchner.
Los dos han presidido el país, si bien a partir de tradiciones políticas e históricas diferentes, casi siempre confrontadas. Los dos son producto del caldero multiétnico nacional: uno, bonaerense, con sangre gallega e inglesa; el otro, santacruceño, con sangre suizoalemana y croata. No hace falta decirlo: uno, claramente radical; el otro, definidamente peronista. También la muerte alcanza a los dos en fechas cercanas, con sólo un año y medio de diferencia. Ambos, incluso desaparecidos, han estado (no tan) fantasmalmente presentes en las últimas elecciones presidenciales: uno, en apoyo activo de su reelegida esposa; el otro, a través de la imagen calcada de su hijo, esta vez derrotado. En la guerra de delegados y en la campaña con sello fúnebre triunfó la que tenía más poder y gestión para hacerlo.
El mito de Néstor Kirchner se construye desde el Estado, pero con el beneplácito de amplios sectores sociales. El apoyo oficial implica un sobreénfasis y un monumentalismo que se aproxima, aunque sin alcanzarlos, a los ritos masivos del fascismo y el estalinismo. Se rebautizan escuelas, hospitales, calles y avenidas. Se erigen imponentes mausoleos para detener la mirada y superar la fugacidad del tiempo. Su esposa y sucesora utiliza, para mencionarlo y mencionar sus obras y milagros, el pronombre de tercera persona, de forma tal que resuenen las mayúsculas y se produzca un eco casi religioso. Los oficiantes agradecen y santifican el sacrificio de vida que hizo el homenajeado, verosímilmente golpeado por el torbellino de trabajos y responsabilidades que lo rodeaban. En el discurso mitologizante siempre se lo presenta como un refundador, como alguien que dio su vida por una Argentina distinta, más justa y soberana. Hasta se ha creado un Instituto Nacional de Historia Revisionista, cercano a la operación santificadora.
La densidad y prepotencia del contenido mítico sofocan el libre razonamiento y dejan de lado los matices del debate político, pero no tienen por qué obligarnos a un aplauso o a un rechazo total. Es imposible construir un mito durable y socialmente resistente sin una base de verdad. En el caso de Kirchner, sería mezquino no reconocerle virtudes, aunque desproporcionadas -como siempre ocurre- en relación con la consagración del mito.
Sorprendió al acrecentar el menguado capital político con el que había sido elegido; devolvió capacidad decisoria al Estado y a la investidura presidencial; designó una Corte Suprema más independiente que la anterior; aprovechó un crecimiento económico que, a su vez, dio comienzo a un proceso de redistribución, todavía vacilante. Como el mito toma poco o nada en cuenta los rasgos negativos, no sabemos cómo influirán en su implantación la demostrada poca afinidad con la calidad institucional o la dificultad que tuvo para insertarse en el mundo global, o el arreglo con los barones del conurbano o la tendencia a generar más enemigos que adversarios, con la consiguiente puerta cerrada para la oposición.
En cambio, la construcción del mito de Raúl Alfonsín es, podría decirse, más sigilosa. No hay mausoleos ni grandes monumentos. Su partido no está en el poder desde hace años, y la última vez que estuvo, en 2001, derivó en una situación traumática para el país (admítase que no sólo por culpas propias). Se le sigue reprochando a su gobierno el impulso a las leyes de Punto final y Obediencia debida. No está bien considerada su ambivalente decisión de transferir el poder antes de tiempo. También ha sido criticada su posterior firma del Pacto de Olivos con el entonces presidente, Carlos Menem. Su hijo, de parecida contextura física e ideológica, apenas alcanzó un modesto y lejano tercer lugar en las recientes elecciones presidenciales. ¿De dónde salen, entonces, los materiales para edificar el mito?
La construcción mítica se afirma silenciosamente. Lenta pero consistente, la revaloración de Alfonsín se va instalando en muchas conciencias. Por un lado, están los logros unánimemente reconocidos. Está el haber restablecido -o establecido- la democracia, después de mucho tiempo de dictadura, autoritarismo y proscripciones. Está el juicio a las juntas militares, hazaña inédita para situaciones parecidas a la nuestra. Está la abolición de todas las formas de censura.
Y hay algo más, en medio de todos los errores y defecciones. Para muchos argentinos, consciente o inconscientemente, Alfonsín representa (representó) la posibilidad de una lucha victoriosa contra nuestra deuda histórica: el poco respeto por las instituciones y la ley, el cínico balance del "roba, pero hace", las conductas ilícitas y mafiosas como norma dominante. Por eso solo, por haber encarnado esa esperanza, aunque todo lo demás haya sido imperfecto, Alfonsín se merece, tanto como Kirchner, y quizá más en el futuro, una arquitectura mítica.
Hay maneras de construcción de un mito ostentosas y espectaculares, como las que suelen protagonizar gobiernos y Estados, y otras más serenas y poco visibles, que tienden a consolidarse cuando las primeras flaquean. Tal como lo ha hecho Barthes con sus referencias al arte vocal francés, podríamos ejemplificar con el modo de cantar el tango otro mito argentino. Hay cantantes, famosos o no, que sobreactúan, dramatizan, estiran cada palabra, entre sollozos y desafinaciones. Otros, en cambio, eligen un modo de interpretación "natural", íntimo, en que el fraseo cuidado despliega la verdad poética de la letra. No vale la pena mencionar a los primeros. Entre los segundos están Angel Vargas, en los 40 (cantando "Mano blanca"), y Luis Cardei, 50 años después (en la interpretación de "Como dos extraños").
Más allá del bronce y de las opciones individuales, ya Alfonsín y Kirchner ocupan un lugar en nuestra historia reciente. Ahora habrá que ver si el cruce de sus mitos, el encuentro en la diferencia, gravita en la reconciliación y el progreso de nuestra sociedad.

Luis Gregorich, para La Nación.