viernes, 19 de noviembre de 2010

Illia en pijama.


El sábado, en su glorioso recital, Jairo contó una vivencia estremecedora de su Cruz del Eje natal.
Una madrugada su hermanita no paraba de temblar mientras se iba poniendo morada. Sus padres estaban desesperados. No sabían que hacer. Temían que se les muriera y fueron a golpear la puerta de la casa del médico del pueblo.
El doctor Arturo Illia se puso un sobretodo sobre el pijama , se trepó a su bicicleta y pedaleó hasta la casa de los González.
Apenas vio a la nenita dijo: “Hipotermia”.
“No se si mi padre entendió lo que esa palabra rara quería decir”, contó Jairo.
La sabiduría del médico ordenó algo muy simple y profundo.
Que el padre se sacara la camisa, el abrigo y que con su torso desnudo abrazara fuertemente a la chiquita a la que cubrieron con un par de mantas.
“¿No le va a dar un remedio, doctor?”, preguntó ansiosa la madre.
Y Arturo Illia le dijo que para esos temblores no había mejor medicamento que el calor del cuerpo de su padre.
A la hora la chiquita empezó a recuperar los colores. Y a las 5 de la mañana, cuando ya estaba totalmente repuesta, don Arturo se puso otra vez su gastado sobretodo, se subió a la bicicleta y se perdió en la noche.
Jairo dijo que lo contó por primera vez en su vida.
Tal vez esa sabiduría popular, esa actitud solidaria, esa austeridad franciscana lo marcó para siempre.
El teatro se llenó de lágrimas.
Los aplausos en la sala denotaron que gran parte de la gente sabía quien había sido ese médico rural que llegó a ser presidente de la Nación.
Pero afuera me di cuenta que muchos jóvenes desconocían la dimensión ética de aquél hombre sencillo y patriota.
Y les prometí que hoy, en esta columna les iba a contar algo de lo que fue esa leyenda republicana.
Llegó a la presidencia en 1963, el mismo año en que el mundo se conmovía por el asesinato de John Fitzgerald Kennedy y lloraba la muerte del Papa Bueno, Juan XXIII.
Tal vez no fue una casualidad. El mismo día que murió Juan XXIII nació Illia como un presidente bueno.
Hoy todos los colocan en el altar de los próceres de la democracia.
Le doy apenas alguna cifras para tomar dimensión de lo que fue su gobierno.
El Producto Bruto Interno (PBI ) en 1964 creció el 10,3 % y en 1965 el 9,1 %. “Tasas chinas”, diríamos ahora.
En los dos años anteriores, el país no había crecido, había tenido números negativos. Ese año la desocupación era del 6,1 %.
Asumió con 23 millones de dólares de reservas en el Banco Central y cuando se fue había 363 millones. Parece de otro planeta.
Pero quiero ser lo mas riguroso posible con la historia. Argentina tampoco era un paraíso.
El gobierno tenía una gran debilidad de origen. Había asumido aquel 12 de octubre de 1963 solamente con el 25,2 % de los votos y en elecciones donde el peronismo estuvo proscripto.
Le doy un dato más: el voto en blanco rozó el 20 % y por lo tanto el radicalismo no tuvo mayoría en el Congreso.
Tampoco hay que olvidar el encarnizado plan del lucha que el Lobo Vandor y el sindicalismo peronista le hizo para debilitarlo sin piedad.
Por supuesto que el gobierno también tenía errores como todos los gobiernos.
Pero la gran verdad es que Illia fue derrocado por sus aciertos y no por sus errores. Por su histórica honradez, por la autonomía frente a los poderosos de adentro y de afuera.
Tuvo el coraje de meter el bisturí en los dos negocios que incluso hoy mas facturan en el planeta: los medicamentos y el petróleo.
Nunca le perdonaron tanta independencia. Por eso le hicieron la cruz y le apuntaron los cañones.
Por eso digo que a Illia lo voltearon los militares fascistas como Onganía que defendían los intereses económicos de los monopolios extranjeros.
El lo dijo con toda claridad: a mi me derrocaron las 20 manzanas que rodean a la Casa de Gobierno.
Nunca más un presidente en nuestro país volvió a viajar en subte o a tomar café en los bolichones.
Nunca más un presidente hizo lo que el hizo con los fondos reservados: no los tocó.
Nació en Pergamino pero se encariñó con Cruz del Eje donde ejerció su vocación de arte de curar personas con la medicina y de curar sociedades con la política.
Allí conoció a don González el padre de Marito, es decir de Jairo.
Atendió a los humildes y peleó por la libertad y la justicia para todos.
A Don Arturo Humberto Illia lo vamos a extrañar por el resto de nuestros días.
Porque hacía sin robar.
Porque se fue del gobierno mucho más pobre de lo que entró y eso que entró pobre.
Su modesta casa y el consultorio fueron donaciones de los vecinos y en los últimos días de su vida atendía en la panadería de un amigo.
Fue la ética sentada en el sillón de Rivadavia.
Yo tenía 11 años cuando los golpistas lo arrancaron de la casa de gobierno.
Mi padre que lo había votado y lo admiraba profundamente se agarró la cabeza y me dijo:
- Pobre de nosotros los argentinos. Todavía no sabemos los dramas que nos esperan.
Y mi viejo tuvo razón.
Mucha tragedia le esperaba a este bendito país.
Yo tenía 11 años pero todavía recuerdo su cabeza blanca, su frente alta y su conciencia limpia.
Alfredo Leuco, Radio Continental, Lunes 15 de Noviembre de 2010.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Kirchner: política y necrofilia.

Un argentino es un italiano que habla en la lengua de Castilla, sostiene el lugar común, que por lo menos es cierto en la fruición por lo operístico. Y sobre todo, por los finales a toda orquesta, más cercanos a Puccini y Verdi que a Troilo y Piazzolla.
En materia de política argentina, la muerte suele ser un factor decisivo . La reciente muerte del ex presidente y jefe político del oficialismo Néstor Kirchner lo expone de nuevo.
El 6 de septiembre de 1930, al presidente Hipólito Yrigoyen, fundador de la Unión Cívica Radical, lo volteó un golpe de Estado que inauguró el ciclo de intervenciones militares. La sociedad toda (partidos, estudiantes, la prensa, los jueces) aceptaron y/o celebraron al golpista general Uriburu y una turba asaltó la casa de la porteña calle Brasil donde vivía, con gran austeridad, el defenestrado Yrigoyen. No dejaron nada en pie y hasta sus papeles personales fueron arrasados mientras los espadones encerraban al presidente en una siniestra prisión situada en un islote del Río de la Plata.
Pero tres años después, Yrigoyen murió y entonces una multitud acompañó su féretro, cubierto por la bandera celeste y blanca, cargándolo a hombros hasta la última morada .
En 1935, un cantor de tangos que se había radicado en Nueva York para mejorar en su carrera murió en un accidente aéreo en Medellín, Colombia. Los despojos de Carlos Gardel tardaron meses en ser repatriados y sólo cuando miles de argentinos consumaron el rito de llevarlo en volandas hasta el cementerio de la Chacarita, Gardel quedó consagrado como mito nacional.
En 1952, la esposa del presidente Perón, Eva Duarte, quien no tenía cargo político alguno, murió de cáncer y sus exequias duraron 40 días.
El país explotó de dolor y la señora Duarte de Perón se transformó en Evita, la Dama de la Esperanza, una de las mujeres legendarias del siglo XX.
Otro que tuvo un final fastuoso fue el propio Perón, en 1974. Claro que Evita sólo tenía 33 años cuando murió mientras que el octogenario Perón, luego de 10 años de gobierno y 17 de destierro, retornó, plebiscitado, en 1973, para morir poco después. A diferencia del primer Perón, este Perón anciano buscó consensos con sus opositores.
Su ataúd, montado sobre una cureña (en la muerte, Perón ratificó que se sentía por sobre todo un general de la Nación), fue acompañado por lloroso gentío .
Para sustraerse a la necrofilia argentina, que lo horrorizaba, Jorge Luis Borges, cuando se sintió morir, en 1986, se fue a Ginebra .
El 31 de marzo de 2009 murió Raúl Alfonsín. Había sido el presidente que Argentina se dio en 1983, cuando emergió de la pesadilla de la última dictadura militar. Heredero de Yrigoyen, Alfonsín alcanzó a gobernar los seis años que entonces le concedía la Constitución (una reciente reforma ha acortado el período a cuatro, con derecho a la reelección). De vuelta al llano, vivió con moderación personal y siguió actuando en el día a día de la política, con aciertos y errores.
Su muerte provocó otro desborde popular.
Distó de ser un hecho meramente simbólico.
A partir del duelo, comenzó a actuar en el escenario público, como heredero del presidente radical, uno de sus hijos, Ricardo Alfonsín : a pesar de ser un cincuentón ya avanzado, nadie lo conocía. Hoy, este Alfonsín, un verdadero sosías de su padre, a quien imita hasta en las inflexiones de voz, es uno de los principales candidatos para las presidenciales de 2011.
Hoy es Néstor Kirchner el que ha sido despedido con acongojadas masas en las calles.
Hace siete años, muy pocos habíamos oído hablar de Kirchner. Es cierto que su esposa, Cristina Fernández, era una legisladora conocida, pero sólo en el ámbito parlamentario. El periférico político Kirchner gobernaba la remota provincia de Santa Cruz, en el confín austral. Un vasto territorio de planicies, montañas y costas, con una superficie en la que caben nueve Cataluñas, pero cuya población no supera la de Badalona. Desde allí, Kirchner se alzó con el poder en el que aún permanece su socia conyugal y política.
Fue la odisea de un provinciano , un extraño para la gran urbe, esa Buenos Aires, que ya tiene un área metropolitana de 14 millones de habitantes sobre un total de 40 millones.
La muerte de Kirchner ha desatado una catarata de epitafios . El periodismo, poseído por la fiebre de los juicios definitivos acuñados sobre la marcha, ha desatado un torneo de retratos “definitivos”, en general producidos por sus acólitos: Kirchner, un paladín; un líder histórico; una figura central de su época.
Critiqué a Kirchner con toda la dureza que pude, sin caer en miserias como el psicologismo de pareja ni el chisme, deformaciones que se cebaron en él . ¿Por qué habría que cambiar la muerte mis opiniones de ayer? Kirchner desperdició la oportunidad de traducir la recuperación del país en avances duraderos . Dilapidó lo que más necesita Argentina, la corrección de sus instituciones y el saneamiento de su clase política. La ética personal, en un país castigado por la corrupción, nunca fue un valor para Kirchner.
¿Cómo puede un presidente multiplicar siete veces su patrimonio mientras gobierna un país? Kirchner buscó blindar el poder bajo la peregrina idea de que toda crítica es “destituyente”. Su mayor mérito fue el oportunismo y la audacia con la que aferró los resortes del Estado, haciendo suya la idea de Hegel, según la cual el pueblo es aquella parte del Estado que no sabe lo que quiere.
El poder le cayó a Kirchner casi por descarte . El entonces presidente Eduardo Duhalde, producida la gran crisis de 2002, pretendió que su sucesor fuera el ex automovilista Carlos Reutemann, traído a la política por Carlos Menem, quien lo promovió como gobernador de la provincia de Santa Fe -hoy es senador-. Reutemann no aceptó. Sólo entonces, el dedo de Duhalde señaló al patagónico Kirchner.
Kirchner no tuvo rival en astucia, esa virtud menor que es útil para la política doméstica.
Kirchner fue un virtuoso en el arte de manipular a los reyezuelos y barones que conforman ese paquidermo estatal que es el peronismo.
Se destacó por su ingenio incesante para cavar antagonismos, a veces de manera salvaje . Construía enemigos a los que demonizaba presentándose como alternativa confrontadora, una epopeya negativa que sus fanáticos quizás sigan, a pesar de que en Argentina nadie que no sea un loco amenaza la institucionalidad ni deja de condolerse humanamente por el drama personal de la presidenta.
¿Se inaugura una nueva etapa política con la muerte de Kirchner? Lo dudo , porque a Cristina Kirchner le queda un año de mandato -siempre que no se altere el calendario electoral, cosa que en Argentina suele suceder- y son notorias la personalidad de la presidenta, sus ideas e incluso sus modos de operar.
Por otra parte, ninguno de los múltiples “kirchnerólogos” que han proliferado pudo descifrar, pese a intentarlo mil veces, diferencias políticas ni menos aún ideológicas, entre marido y mujer.
No las hubo. La pareja funcionó en una alianza conyugal y política sin fisuras.
El elemento incógnito es la magnitud y la eventual supervivencia sobre la opinión pública del carisma que despierta la idea de un “Kirchner mártir”.
Su viuda tratará de mantener esa aura, prolongándolo, cristalizándolo, al amparo del oscuro nudo de culpas que la muerte desata en todo grupo, en toda familia, en todo país.
Alvaro Abós. Escritor.