jueves, 26 de febrero de 2009

El culto cívico no es cosa menor.

Todos los que hemos pasado por la escuela lo sabemos: San Martín está definitivamente asociado con sus Granaderos. Inútil explicarlo. Lo que es más importante: San Martín está identificado con la patria. Los actos de homenaje a San Martín, con sus Granaderos incluidos, son parte del culto cívico de nuestra nación.
El culto cívico no es cosa menor. Es uno de los pilares de la comunidad política. Todo culto tiene sus rituales, sus formas, sus símbolos, sobre los que se asienta el sentido que se quiere construir. Es cierto que el sentido profundo no se agota en ninguna de las formas: la ausencia de los Granaderos no desmerecerá la figura de San Martín. Pero violarlas o alterarlas crea un desorden, una discordancia, un chirrido. Como cualquier comportamiento impropio en una ceremonia ritual. El Gobierno ha tenido en la ocasión un comportamiento impropio.
También es un comportamiento revelador de su manera de asumir sus responsabilidades con el estado que gobierna. El culto cívico de la Nación, de sus próceres y símbolos, es una competencia del estado. Indelegable e irrenunciable. Solo el estado puede hablar en nombre de todos. Retirar los Granaderos del acto de Yapeyú, por sórdidas razones de la política del día, revela un comportamiento irresponsable del gobierno respecto de las funciones del estado.
Tan irresponsable como destruir sistemáticamente las agencias estatales. O manosear las instituciones de la república. O subordinar las políticas de estado a las pequeñas ventajas personales. El episodio de los Granaderos es una anécdota, quizá pasajera, pero altamente reveladora de una manera mezquina y facciosa de entender las responsabilidades estatales.
Luis Alberto Romero