viernes, 28 de octubre de 2011

El futuro radical.

En la Argentina hay dos grandes bloques socioculturales, aunque con impregnaciones recíprocas y bordes difusos. Uno organicista, que en ocasiones desborda hacia actitudes autoritarias, y otro más institucional, visceralmente convencido que el respeto a la ley es el mejor camino para construir igualdad, ciudadanía y dignidad. Ambos tienen “izquierdas” y “derechas”, pero mientras en el primero las visiones ideológicas no le han imposibilitado conformar proyectos de poder, en el segundo sus matices se lo han impedido.
Un arco que se extiende desde Carta Abierta a Carlos Menem y desde Daniel Scioli a Hebe de Bonafini es abarcado por el relato y la construcción política del kirchnerismo con el liderazgo de Cristina, tras el objetivo mayor: el poder.
Enfrente, luego de la fragmentación del liderazgo alfonsinista, las diversas opiniones compiten por marcar diferencias y detectar con lupa los temas de disenso. Sólo la breve gestión de la Alianza, condenada por la herencia maldita de la deuda que no había generado y por una situación política y económicamente endemoniada, esbozó un fallido intento de construcción alternativa.
Un gobierno no se logra marcando las diferencias. Es necesario mostrar capacidad de articularlas en un relato coherente, contenedor, confiable.
Para ello es imprescindible contar con un proyecto de poder y con una estructura que les genere a los ciudadanos la confianza en su capacidad de gestión. Ese proyecto de poder es la gran falencia opositora.
La Argentina cuenta –hoy– sólo con dos estructuras que pueden articular ese proyecto: el peronismo y el radicalismo. Son las únicas con alcance nacional, que asombran aun en momentos de aparentes derrumbes por su capacidad de resurgimiento apenas se asientan en ellas un proyecto entusiasmante, una práctica comprometida y una oferta electoral confiable.
El peronismo está cumpliendo su función. El radicalismo debe hacerlo.
Su tarea es reconstruir la capilaridad que le permita captar los intereses actuales de su electorado natural, las grandes clases medias argentinas, modernizando su práctica y su agenda.
Así como el torrente alfonsinista se apoyó en la inserción juvenil en los “frentes de masas” de entonces, los militantes del radicalismo deben participar de las causas que motorizan el interés y las demandas de ese electorado potencial hoy, escuchando y sumándose a la infinidad de iniciativas de la sociedad civil que buscan mejorar la vida de las personas.
Su agenda debe incluir las demandas más fuertes: recuperar la capacidad de crecimiento sobre bases irreversibles y diseñar los mecanismos de inclusión para construir una sociedad integrada.
Las personas han abandonado las adscripciones permanentes y buscan ampliar sus posibilidades personales. Quieren construir sus vidas y ser responsables de su destino. Hay que asegurarles el piso de dignidad para que puedan hacerlo libremente y con autonomía. A la creación de clientelismo, debe oponerse la construcción de ciudadanía.
Debe recuperar la mirada cosmopolita de sus orígenes con una profunda y continua reflexión sobre las nuevas herramientas de políticas públicas, incluyendo el trabajo con fuerzas de todo el mundo, que coincidan en crear instituciones para la globalización en condiciones de disciplinar el capital financiero y emparejar la cancha del comercio, la tecnología y las inversiones.
Y debe cambiar de raíz su ethos, recuperando su capacidad de contención a los diferentes. Su historia es proficua en ejemplos virtuosos que no han implicado renunciar a posturas finalistas, pero han sabido incorporar la idea de progresividad de los procesos de cambio desechando el sectarismo ideológico o la exigencia de compromisos maximalistas.
Yrigoyen murió diciendo: “Hay que seguirlo a Marcelo”. Alfonsín supo conformar una alianza social apoyada por el pensamiento progresista de entonces, pero también por los partidos provinciales de raíz conservadora. Y su gobierno incluyó a rivales internos importantes en funciones altamente sensibles.
Por 1978, Arturo Illia era consultado por jóvenes radicales sobre si no veía conveniente organizar otro partido, ante lo que consideraban la esclerosis del radicalismo de entonces. “Puede ser, muchachos. Pero es muy difícil hacer un partido nuevo y mucho más, desde el llano. Hacer este partido costó casi un siglo”. Un lustro después, Alfonsín era presidente.
Es muy difícil hacer un partido nuevo. Aún hoy sorprende la proliferación de comités, subcomités y agrupaciones, por centenares, en los sitios más inverosímiles. La vitalidad es notable. La confianza del electorado en ciudades como Mendoza, Santa Fe, Córdoba, Resistencia, sugiere que la recuperación vendrá desde abajo.
Un nuevo ethos, una nueva agenda y una nueva práctica pueden reconstruir una alternativa en condiciones de volver a darle carnadura a la democracia argentina.

Ricardo Laferriere.

Los peligros y dilemas de la presidencia imperial.

La Presidenta ha sido reelegida por una extraordinaria mayoría tras una campaña que no distinguió la retórica de las realizaciones, y la mostró infatigable, multiplicada en inauguraciones y anuncios de obras por venir, en franco contraste con la oposición resignada a pelear entre sí por un lejano segundo puesto. Haber subestimado la fórmula política de Cristina Kirchner ha sido el principal error de la oposición.
El Gobierno supo transmitir un mensaje claro: estamos bien, los problemas son consecuencia del descalabro del mundo. La oposición no pudo convencer de que sus propuestas para los problemas irresueltos mantendrían las políticas sociales y los niveles de empleo y de consumo alcanzados. Tampoco pudo sostener las coaliciones enhebradas en 2009.
La refundación de la Argentina post crisis 2001, como fruto exclusivo de la labor desplegada por la pareja presidencial, es un discurso en el que no hay otro lugar para la oposición que no sea el de espectador de esa gesta. No venimos con promesas sino con el testimonio de lo ya hecho, dijo la Presidenta al cerrar la campaña en 2008. En ésta, proclamó que el crecimiento del producto bruto desde 2003 fue el más importante de los últimos 200 años, lo que es falso. Con un capital electoral acrecentado de manera vertiginosa, su liderazgo sobre un movimiento político que se define nacional y popular y se concibe depositario de una misión histórica que no cabe en los estrechos límites de la política partidaria, es indiscutido. Fortalecida por la invocación de su esposo y sostenida en una heterogénea coalición de apoyos tradicionales y recién llegados al peronismo, alcanza el apogeo de su poder cuando la bonanza iniciada en 2003 comienza a mostrar problemas para sostenerse. Nada dice su “modelo” sobre las políticas para desactivarlos.
Con una mezcla de emociones no exentas de componentes místicos y promesas de un futuro de unión y solidaridad, la Presidenta ejercitó la fórmula peronista para retener el poder: carisma, lealtad y pragmatismo. En un sistema político en el que cuentan los nombres propios y no los partidos, comienza este tercer mandato del ciclo kirchnerista. La Presidenta puede ufanarse de que “…les sacamos los clientes a los partidos políticos y los pusimos en los supermercados, que es donde deben estar.” Empero, la debilidad de los partidos deja sin respuesta a quiénes consumir hoy no les alcanza para resignarse a que la política sea un intercambio de intereses y favores. La dirigencia de la oposición tendrá que replantear sus estrategias con generosidad. El Frente Amplio Progresista logró un segundo lugar y enfrenta el desafío de construirse en el marco de instituciones federales y electorales que dificultan el camino a las nuevas fuerzas. El radicalismo, tendrá que encontrar un liderazgo capaz de dotarlo de identidad y de futuro. Si fracasan en su empeño, una vez más el destino del país quedará en manos del peronismo, sin visiones alternativas ni contrapuntos valorativos y sin contrapesos institucionales. Cuando no se avizora la posibilidad de alternancia ni se ejercen los controles al ejercicio del poder que impidan la corrupción en el seno del Estado, la democracia degenera en autoritarismo.
Por demasiado tiempo la defensa de la democracia republicana y federal se disoció de la lucha por la igualdad. La expresión de ese divorcio en la política es el populismo de ayer y de hoy. Habrá que resistir los embates si el Gobierno quiere continuar ejerciendo el monopolio de la política e imponiendo una versión de la realidad plagada de falsedades.
Cristina Kirchner se beneficia de una presidencial imperial. Depende de ella que utilice su formidable capital electoral sólo para retener el poder o para hacer los cambios hacia una sociedad más justa y más libre para todos y cada uno de sus ciudadanos.

Liliana de Riz. Politóloga.

miércoles, 26 de octubre de 2011

¿Sistema de partido predominante?

El mapa de poder que se abre con los resultados electorales del 23 de octubre no está disociado de la crisis de 2001. El orden político que nació en 1983, caracterizado como un “bipartidismo imperfecto”, con identidades políticas estables, con un sistema de partidos más o menos estructurado, ha sido reconfigurado por una realidad política muy volátil y vertiginosa.
El colapso institucional de 2001 puso fin a la “democracia de partidos” en la Argentina, dando origen a la disgregación del sistema partidario y a su reemplazo por un sistema de coaliciones “atrapa todo”, frágil e inestable.
No hay partidos, hay fragmentos de partidos.
La crisis de 2001 se devoró al FREPASO, hizo entrar en diáspora al radicalismo; y el peronismo, un poco más entero -aunque disperso- recuperó el poder, primero, con Eduardo Duhalde y, más tarde, con Néstor Kirchner.
La actividad política se ha personalizado como nunca en la figura del Ejecutivo y se ha concentrado en el ámbito estatal.
En la era kirchnerista, que ahora se extiende a doce años (el período más largo de una fuerza política en el ejercicio legítimo del poder), se ha edificado una especie de “yo” gubernamental (expresión de Bertrand de Jouvenel), con una vida real que no se distingue del cuerpo del Estado.
Más allá del rol histórico del Estado argentino en la vida pública, nuestra hipótesis es que en el período kirchnerista se ha acentuado el papel del Estado como “actor político” , en vinculación estrecha y ambigua con el movimiento peronista. El Estado es el centro de decisión política por excelencia. El decisionismo democrático, en cuanto práctica de gobierno, es una combinación del gobierno de los hombres, del gobierno atenuado del Estado de derecho y de la ausencia de poder de contralor.
Cristina Kirchner se ha convertido en la líder de un movimiento fragmentado, cargado de contradicciones y de perfiles políticos diferentes, de derecha a izquierda, que recibió el apoyo del 54% del electorado. Su incuestionable legitimidad proviene de las urnas, como ha quedado demostrado en estas elecciones. Desde la cumbre del Estado, lidera el sector más “radicalizado” del peronismo, que forma parte de un movimiento político complejo y heterogéneo, poseedor de una gran cultura de poder.
El sistema político se ha transformado, y desconocemos los contornos de su reconfiguración.
Si pensamos con una vieja categoría de la democracia de partidos, diríamos que estamos delante de un partido predominante, que profundizará la concentración y verticalidad del poder, con el control absoluto del Congreso . El riesgo institucional es la conformación de un sistema mayoritario, poco respetuoso de las minorías, en el cual la fuerza del número se combine con las medidas de emergencia. La democracia no flota en el aire y la regla de la mayoría se debe enmarcar en el Estado de derecho, con su sistema de contrapesos y controles. Sin el respeto a las minorías no hay democracia.
En el nuevo escenario político, sólo parece quedar en pie el proyecto de un sector del peronismo que maneja las riendas del Estado y ha logrado construir un sólido grupo de poder político, económico y cultural . Con habilidad, ha cimentado simbólicamente ese poder con las nuevas tecnologías de la comunicación, la televisión digital, el fútbol para todos, junto a nuevas y diferentes señales audiovisuales.
No se trata de un simple asunto tecnológico, sino de una propuesta de comunicación de masas que extiende el espacio público , pero de una manera sesgada desde un punto de vista político-ideológico , que responde a un proyecto que ambiciona ser culturalmente hegemónico. Parece ser el triunfo, en definitiva, de la tradición nacional y popular (alimentada también por elementos de izquierda) frente a otra, minoritaria, de corte socialdemócrata. Son dos matrices políticas muy diferentes, que muy esquemáticamente se pueden referenciar en las nociones de “pueblo” y “ciudadanía”.
Las oposiciones pasan hoy por su peor momento. No pudieron echar raíces en la sociedad a partir del conflicto del gobierno con el agro ni sacar provecho del triunfo electoral de 2009, ni del déficit del oficialismo.
Su debilidad y fragmentación afectan a la vida pública, le restan dinamismo y vitalidad a la democracia . La primera de sus tareas es extraer las enseñanzas de esta contundente, y preanunciada, derrota.
La excelente performance electoral del Frente Amplio Progresista, liderado por Hermes Binner, no resuelve un ramillete de interrogantes y desafíos para una coalición electoral que debe aún demostrar su capacidad de institucionalización de fuerzas políticas disímiles como estructura nacional. Le cabe a este Frente, junto a otros aliados, la responsabilidad de cumplir con su encargo electoral: controlar al gobierno y presentar opciones coyunturales y estratégicas en la búsqueda del buen gobierno.

Hugo Quiroga. Politólogo.