La rebelión de los productores agropecuarios y la reacción popular suscitada el martes a la noche por el discurso de Cristina Kirchner generaron en la cúspide del poder algo que podría denominarse "perplejidad sociológica". En efecto, los Kirchner y sus funcionarios se preguntaron, desorientados: ¿qué les pasa al campo y a la clase media que mejoraron drásticamente su situación económica bajo nuestro gobierno y ahora nos repudian? Es entendible que protesten los que menos tienen, pero es incomprensible que lo hagan los que se han favorecido (y mucho). Se trata de una paradoja indescifrable para el matrimonio gobernante. En la caja de herramientas del populismo, la polarización de la sociedad entre culpables e inocentes es un recurso de eficacia probada. En general, los culpables son los económicamente poderosos y los inocentes aquellos que poseen poco o nada. No debe menospreciarse la fuerza de este argumento porque se asienta en una verdad: la injusticia en el reparto de los bienes es un escándalo creciente, nunca subsanado. Sin embargo, el populismo se ha especializado en convertir estas realidades dolorosas en retórica incendiaria e interesada. Para eso es indispensable generalizar y dividir a la sociedad. Generalizar significa renunciar a matices y singularidades. Para decirlo en lenguaje llano, equivale a poner a todos en la misma bolsa. Y rotularlos. La operación es incesante: el "campo" está constituido por todos los que se enriquecieron a costa del pueblo (que es otro rótulo); los "medios de comunicación (independientes)", por todos los malintencionados que critican al Gobierno; las "empresas extranjeras", por todos los que remesan ganancias al exterior y no dejan nada en el país; los "militares", por todos los que reprimieron y mataron hace 30 años. Son equivalencias simples, ideológicas: campo = riqueza; periodistas independientes = críticos maliciosos; empresas extranjeras = expropiadores de nuestros recursos; militares = represores. Al principio del gobierno de Néstor Kirchner tales simplificaciones resultaron exitosas. La gente estaba humillada y esperaba un redentor. De hecho, el nuevo presidente caracterizó a los sectores aludidos como corporaciones contradictorias con el interés general. En una misma operación retórica los hizo responsables de la crisis, mientras exculpaba al pueblo. Quien recorra los archivos del atril kirchnerista de entonces no encontrará una sola referencia a la responsabilidad del ciudadano de a pie en el consumo desenfrenado de los 90 (el "deme dos") o en la represión militar de los 70. Pero algo ha cambiado y los Kirchner (al menos hasta hoy) no parecen advertirlo. Por eso están perplejos. Las herramientas que abrían la llave de la popularidad y el éxito ahora la cierran. Se ha trocado en bronca el encanto. ¿Por qué pudo haber sucedido esto, si nos estaba yendo tan bien? No se pueden dar respuestas simples a cuestiones complejas. La sociología política es una ciencia endiablada, que no se deja descifrar con facilidad. Arrimo, para concluir, apenas unas claves de lectura. Primero, la sociedad argentina se ha diversificado notablemente en los últimos años; el "campo" encierra muchas situaciones y tensiones singulares, que resisten la generalización (y así tantos otros sectores). Segundo, las demandas sociales también se diversificaron a medida que se fue superando la crisis (ayer se pedía pan y trabajo; hoy seguridad, salud, educación y respeto). Tercero, la inflación se empieza a comer los ingresos de las familias, y el delito es una tragedia cotidiana. Estos son los nuevos desafíos. Perplejidad significa confusión, duda respecto de lo que se debe hacer en un momento determinado. Tal vez no esté mal que gobernantes que siempre se sintieron tan seguros, ahora titubeen. Es humano, y bien asumido, puede ayudar a leer con más lucidez la realidad.
Eduardo Fidanza. Sociólogo y Director de Poliarquía Consultores.
La Nación, Jueves 27 de marzo de 2008
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