martes, 18 de diciembre de 2012

La multitud no tiene quien le escriba.

Media una diferencia importante entre Onganía, Videla, Pinochet o Franco, de un lado, y Mussolini, Hitler o Perón, del otro: los primeros fueron dictadores militares, los segundos fueron fascistas. Hay un punto en el cual es menester renombrar la realidad para despojarla de ciertas confusiones semánticas, para depurarla de todas las costras y tatuajes y volver a dotarla de una nueva piel más parecida a la real. Los primeros accedieron al poder por las armas; los segundos, por el voto. No es que estos últimos no utilizaran armas, de hecho Perón era militar e inauguró su carrera con golpes, pero el instrumento central de su política fue la persuasión populista.  Las dictaduras aplastan al pueblo; los fascismos lo narcotizan. Hitler llegó a obtener el 89% de los votos en elecciones libres. Onganía o Videla desmovilizaban a las masas, rompían todos los puentes con la sociedad; los fascistas en cambio las movilizan, las azuzan y las usan. Los primeros despolitizaban; los segundos, auspiciaron la politización total, a punto tal que llevaban las discusiones incluso a las mesas familiares, como puede verse en Amarcord, el film de Fellini. Ambos, dictadura militar y fascismos, tienen en común un rasgo: el autoritarismo.
El fascismo presenta al menos cinco notas distintivas: la presencia de un caudillo, la movilización de las masas, la división tajante de la sociedad, las estigmatizaciones y persecuciones de ciertos grupos de opositores y, por fin, el autoritarismo. ¿Están ausentes en el kirchnerismo estos matices que definen el fascismo? Es verdad que el kirchnerismo no tenía un caudillo, lo que llevó a Juan José Sebreli a caracterizarlo como populismo frío, pero la muerte súbita de Néstor Kirchner le dio un líder póstumo: el féretro cerrado, la mención como El, o del viento que viene del sur, el gran mausoleo, las plazas y calles con su nombre o la película alusiva apuntan a la construcción retrospectiva del necesario mito.
La movilización de masas está asegurada con La Cámpora, el Movimiento Evita, Unidos y Organizados, Kolina, el MTV y las huestes de Milagro Sala. Ni hablar de la tarea ortopédica en las escuelas, de la pedagogía amable del Vatayón Militante en las cárceles o de los fastos del Bicentenario. La división de la sociedad argentina llegó de la mano de las enseñanzas de Ernesto Laclau. La articulación de demandas insatisfechas se condensan en un significante vacío que las hegemoniza y, a la vez, establece una frontera simbólica: los que quedan afuera son los culpables de todos los males. También las familias argentinas, como en el film de Fellini, han sido atravesadas por la delimitación rabiosa de la política. Respecto de las persecuciones, basta ver las causas judiciales urdidas contra Ernestina Herrera de Noble y sus hijos, Mauricio Macri o Hugo Moyano, para no hablar de la abusada campaña “Clarín miente” o de la descalificación de los opositores en el Fútbol para Todos.
En cuanto al autoritarismo, está claro que no es lo mismo Hitler con campos de concentración, millones de muertos y exilios forzosos que el fascismo light de los populismos latinoamericanos. Pero la falta de independencia de los poderes Legislativo y Judicial, de lo que dan cuenta innumerables ejemplos en la Argentina, y la creciente limitación de los derechos individuales de prensa, de circulación o de comercio son rasgos que denotan un avance indiscutible del autoritarismo.
Cuando estos cinco elementos se ensamblan sinfónicamente en una sociedad el voto pierde su espesor, se desvanece en algo así como la voluntad viciada de un drogadicto. Por eso Hitler pudo obtener el 89% y convencer a todo un pueblo de llevar a cabo una guerra atroz y masacres descabelladas. Es el punto en el cual la democracia deviene en un cesarismo plebiscitario: todos los partidos políticos de oposición pasan a ser gramáticas aparentes, cuya misma existencia residual es engañosa, pues funcionan como meros partenaires que ayudan a legitimar candorosamente la trampa.  Por eso, resulta particularmente grotesco que quien ha contribuido de modo deliberado y decisivo a liquidar todas las representaciones ahora acuse a la multitud del 8N de no tener quién la represente. Al rozar este punto culminante de perversión, al mismo tiempo y sin advertirlo, el oficialismo brinda una colaboración a los amigos de la libertad: la indignación suele ser el cemento de todo nuevo régimen. Aún le quedan algunos módicos estertores a la prosopopeya kirchnerista: no serán sino triunfos pírricos.
Marcelo Gioffre, escritor y periodista para Perfil.

1 comentario:

Pablo Bocca dijo...

Si quedaba alguna duda, ver lo hecho y dicho estos días sobre Clarín. Cuidado: en la historia nacional no se conoce ningún caso en el que el movimiento fundado por el Coronel JDP hubiera resuelto de forma democrática y/o pacífica los conflictos internos o externos. Que Raúl nos encuentre confesados a todos... y a todas.
Pablo Bocca